A comienzos de los años 90, en el barrio O´Connor, los chicos decían que si uno se portaba mal “lo llevaba la Chancha Ale” y con eso describían el impacto que generaba la figura que gobernaba la remisería 5 Estrellas. Él y su hermano “El Mono” habían construido una fama oscura y violenta desde el fin de año del 86, cuando mataron a dos “gardelitos” en la plazoleta Dorrego y la Justicia halló que habían cometido un exceso en la legítima defensa. Lo mismo pasó en el año 92, cuando el oficial Juan Andrés Salinas, mientras conversaba con “El Mono”, fue acribillado cerca de la plazoleta Mitre por el Comando Atila. Los Ale fueron a proceso en el marco de esa causa (que quedó impune) y terminaron sobreseídos. Tuvieron otra “legítima defensa” cuando les hallaron un arsenal en el baúl de un auto. Operaron con las máquinas tragamonedas. Se describieron como empresarios agrícolas y de transporte y se los vinculó con causas de usurpación. Susana Trimarco y Jorge Lobo Aragón fueron los únicos que los acusaron en voz alta de mafiosos. Llegaron a copar con remises (eran su fuerza de choque) la Jefatura de Policía y hasta le tomaron la plaza Independencia a Antonio Bussi (cuando era gobernador), que tuvo que poner una topadora “para que se vaya el mafioso”.
Tenían contactos con policías, magistrados y políticos. Hasta que en 2006 perdieron poder y empezó su decadencia. La Justicia tucumana no los pudo tocar en las causas grandes. ¿Temor, corrupción, inoperancia? Hasta que una nueva unidad federal de investigación (la UIF) y la Justicia Federal los atraparon, no por las terribles acusaciones que les dieron fama, sino por lavado de activos. Casi como Al Capone, que cayó por evasión fiscal. Y por algo que no tiene antecedentes en Tucumán, por asociación ilícita, como una banda mafiosa.